¿Te imaginas que
cada vez que te comenzaras a leer un texto, al
cabo de unos pocos instantes, empezaras a ver las letras borrosas? ¿Serías capaz de leer un libro en esas
condiciones? ¿Cuál crees que
sería tu rendimiento? ¿Cómo te sentirías si todos pensaran que sólo quieres
llamar la atención? Los problemas de acomodación visual cada vez son más comunes entre los niños. Por eso, hoy te contamos la
historia de Ana.
Ana tiene 7
años y cursa segundo de primaria. Tiene dos hermanos: Lucas, de 5 y Lucía, de
2. Os contamos esto porque el rendimiento escolar de Ana no
era muy bueno y tanto su tutor como sus padres pensaban
que podía ser una estrategia para llamar la atención.
Ella se
sienta delante, justo al lado del encerado desde
que visitó al oftalmólogo, ya que siempre se había quejado de no
ver bien. Los resultados de los test visuales fueron buenos y
no parecía necesitar gafas: veía bien de lejos y de
cerca. Pero, si todo parecía normal, ¿por qué contamos su historia? ¿de dónde puede venir su bajo rendimiento
escolar si sólo está en 2º de primaria? Eso mismo nos preguntábamos nosotros,
así que decidimos, junto con ayuda de sus padres y tutor, hacerle un estudio. El estudio recogió una decena
de sencillas pruebas y test: inteligencias múltiples, audición, visión, lectura
y escritura, motricidad… Y allí encontramos muchas respuestas.
Ana resultó
ser una niña increíblemente creativa, inteligente y muy curiosa. Durante la
realización del test de lectura, ocurrió algo que
nos llamó la atención: a los pocos minutos de comenzar a leer, llevó el papel hacia sus ojos para, al instante, decir: ‘ya no
puedo leer más, estoy viendo borroso’. El tutor nos había
advertido que intentaría evitar leer, por lo que optamos por preguntar a
Ana. No le gustaba leer, eso estaba claro, aunque había
encontrado un libro que había conseguido llamar su atención: ‘Diario de Greg’.
Cuando leía en casa, seguía las líneas con la ayuda
de un hilo y, cuando las letras se le ponían
borrosas, bajaba al baño a mojarse los ojos. ¡Era un remedio
infalible! En cuanto subía a su cuarto, ya que vivía en una casa de dos plantas
y su habitación se encontraba en la planta de arriba, ya no veía borroso y
podía continuar con la lectura.
¿Qué
le estaría pasando a Ana?
Ana había
sido una niña muy tranquila desde que nació y comenzó a andar muy rápido, sin
pasar por la fase de gateo. Este hecho a sus padres les llenó de
satisfacción: ¡qué inteligente era que no había necesitado gatear!
Pero, lejos de ser una proeza, este hecho indicaba que su
desarrollo motor no había sido el adecuado (de hecho tenía
activos varios reflejos primitivos que deberían haber estado inhibidos antes de
los tres años y medio), repercutiendo en su desarrollo
visual. Los músculos oculares no tenían el
suficiente tono para realizar una acomodación sostenida, haciendo
que pudiera pasar de lejos a cerca de forma natural pero que los músculos no aguantaran la tensión del cristalino (la lente
que tiene la función de permitirnos enfocar bien de lejos y de cerca), y la
llevaran a ver borroso al cabo de un rato.
Este
problema, corregible gracias a terapias neuromotoras, y
de optometría comportamental, es cada vez más frecuente entre
los niños en edad escolar y se tiende a detectar cuando
comienzan la etapa de primaria (momento en el que dedican mucho más tiempo a
leer y escribir). Desgraciadamente, muchos de los casos no suelen
detectarse de forma correcta, generando mucho estrés
y sentimiento de
incomprensión
en los niños, lo que suele derivar en frustración y pocas ganas de hacer las tareas
o estudiar.
¿Cómo
detectarlo?
· Si se
queja de dolores de cabeza cuando lee.
· Si
siente rechazo hacia la lectura ya en edades tempranas.
· Si
cuando lee, parte de una distancia normal pero poco a
poco se va acercando al papel.
· Si al
cabo de unos minutos leyendo ve borrosas las letras.
¿Qué
hacer?
Lo más
habitual es recomendar a los alumnos o llevar a nuestros hijos de visita al
oftalmólogo. Éste, en un sencillo examen rutinario, valorará la visión de lejos
y de cerca, si el niño distingue el rojo y el verde (daltonismo) o si tiene
algún otro problema considerado ‘habitual’ en la vista. En muchos casos nos
dirá que el niño ve bien y que todo está dentro de la normalidad, pero no se
habrá forzado la vista en situaciones ‘cotidianamente escolares’ como para
descubrir el problema de acomodación.
La figura
del optometrista comportamental hará un completo
estudio en el que verá cómo funcionan los ojos en tareas concretas, como son la
lectura y la escritura. Verá si los ojos se mueven adecuadamente y la funcionalidad visual
es la correcta.
En algunos
casos, incluso, será necesaria una terapia que ayude a
recuperar aquellas fases motoras
que no se llevaron a cabo en
el momento adecuado (entre el nacimiento y los 6 años). Esas terapias de inhibición de reflejos primitivos, de patrones motores o de definición de lateralidad
ayudarán a poner los cimientos y a calibrar los sentidos de la manera
adecuada. Si el problema es más serio, ayudará a preparar una base
para que otros especialistas puedan hacerlo.
Es importante tener en cuenta
que los niños, sobre
todo en los primeros años, suelen tener gran inquietud y curiosidad por
el mundo que les rodea, por aprender y por experimentar. Cuando esto no ocurre de forma natural y habitual, es posible que haya ‘algo’ que esté bloqueando ese
acercamiento entre el niño y el aprendizaje. Está en nuestras
manos ayudarles a sacar todo el potencial que hay en su interior.